por José Ernesto Nováez Guerrero (*).
La versión más común es que cuando Pasternak recibió el Premio Nobel de Literatura, motivado fundamentalmente por su inmensa novela, la presión de las autoridades soviéticas lo forzó a renunciar a tan alta distinción, convirtiéndose junto a Jean Paul Sartre en los únicos que han rechazado dicho galardón.
Su novela no fue publicada en la URSS hasta bien entrados los ochenta y Pasternak, quien ya tenía un prestigio previo como poeta, acabó sus años alejado de la vida pública.
Durante la Guerra Fría, importantes disidentes soviéticos usaron el nombre del escritor como bandera de la opresión al interior de la Unión Soviética. La polarización redujo Doctor Zhivago a una mera crítica de la revolución de octubre y, por extensión, del sistema soviético.
Sin duda la obra de Pasternak incluye una crítica a la violencia desatada en Rusia desde 1914 hasta los años veinte. Crítica que, a contrapelo de la tradición del realismo socialista, no excluye a los comunistas. Para Yuri Zhivago, protagonista de la novela, la ruptura que implicaba la revolución no podía ser otra cosa que un desastre. Era el colapso de un mundo, de un orden de cosas, de una clase.
Desde esta perspectiva de clase debe leerse la obra. Es esta la que le aporta plena coherencia y la dota de una honestidad que la diferencia de otras obras literarias que asumen una postura crítica ante momentos de la historia soviética.
Zhivago es médico y poeta. Un hombre identificado con la clase media de la Rusia prerevolucionaria y los ideales del antiguo régimen, que, como todos sus contemporáneos, se vio arrastrado por los años intensos que le tocaron en suerte. Esta visión profundamente individualista contrasta con un panorama donde predominaba la representación de lo social, la masa, por encima del hombre aislado.
Yuri es llevado a una Primera Guerra Mundial que considera una carnicería sin sentido. Vive, periféricamente, las jornadas de febrero y octubre de 1917 en Moscú. Por el mundo de su familia y amigos pasa, como un reflejo absurdo, la época. No la entienden, reaccionan a ella, se dejan llevar, con pasiones intensas como llamas. Como dijera Mariano Azuela en su mítica novela Los de abajo: «La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval…».
Muchas peripecias se suceden en la vida del protagonista. Ha de atravesar Rusia desde Moscú hasta la Siberia, huyendo del hambre. En el pueblo de Yuriatin es secuestrado por una banda de guerrilleros rojos, para que les sirva de médico. En medio de un combate contra un destacamento blanco, se hace plenamente consciente del bando con el que se identifica:
«Yuri no conocía a ninguno, pero casi todos sus rostros le eran familiares. Unos le recordaban antiguos camaradas de escuela (…). Se sentía muy próximo a estos adolescentes de rostros expresivos e interesantes; eran su gente.»
En la narración no escasean los testimonios de los horrores cometidos por ambos bandos. La tierra quemada por la guerra civil. Los amigos de ayer son los enemigos que se enfrentan hoy.
Yuri no tiene en mucha estima a los héroes de la revolución que le toca conocer. Le parecen hombres ignorantes, que se dejan llevar por sus bajas pasiones. Esta perspectiva nada laudatoria es, sin duda, la fuente de buena parte de los problemas que le ocasionó la novela.
El hilo conductor de la obra es el amor, como si esta fuese la única fuerza capaz de conservar la integridad del hombre en medio de tanta oscuridad y confusión.
Literariamente, Doctor Zhivago es heredera de lo mejor de la literatura rusa. Deudora de Tolstoi, en primer lugar, cuyas ideas sobrevuelan muchas de las reflexiones del personaje protagónico, pero también de la obra de maestros como Dostoievski y Turguéniev.
Recordemos que Pasternak tenía veintesiete años cuando triunfa la revolución, más o menos la edad de su protagonista. Lo que narra entonces son, en cierta forma, sus vivencias.
La obra, desgraciadamente, se vio empañada durante mucho tiempo por los manejos políticos que se gestaron en torno a ella. Desde la forma torpe en que las autoridades soviéticas manejaron todo el proceso, hasta la salida oculta del manuscrito para ser publicado en Italia por Giangiacomo Feltrinelli. La CIA se ocupó luego de la amplia divulgación de la obra, presionó para que Pasternak recibiera el Nobel e, incluso, imprimió una edición en ruso que se hizo entrar de manera subrepticia en la URSS. No obstante, es preciso separar la novela de todo esto.
A un siglo de la revolución de octubre, obras como Doctor Zhivago son hoy, más que nunca, necesarias al socialismo. Son un espejo que permite reflexionar sobre los errores de una determinada práctica histórica, errores que pueden y deben ser corregidos en futuras experiencias.
Permiten dar un vistazo a cómo se vivencia una revolución por sectores nada desdeñables de la población. Nos ayudan a entender por qué los entusiastas poemas de Maiakovski acaban con el suicidio de su autor, por qué con el color y el optimismo de un Raúl Martínez se mezclan, en la misma época, las sufridas formas y colores de una Antonia Eiriz.
Zhivago debió ser al imaginario soviético lo que el Sergio de Memorias del subdesarrollo es al imaginario de la Revolución cubana. Ambos son intelectuales y ambos se cuestionan con franqueza el nuevo orden de cosas que los envuelve, su lugar en este orden. Aunque las respuestas no sean las mismas, el camino y las preguntas si lo son.
En Cuba, en el año 2015, se publicó la magistral novela de George Orwell 1984, una de las más cáusticas críticas que se hiciera en el siglo XX al comunismo. Lejos de dañar al socialismo cubano, la novela contribuyó a enriquecer el panorama editorial de la isla y promovió el sano y necesario debate. Ya es tiempo entonces de que Zhivago entre a engrosar este panorama, aun cuando no se esté de acuerdo con parte de lo que pueda contener.
(*) Escritor, profesor y periodista. Santa Calara, Cuba.
Fuente: Pressenza