por Esperanza Ortega (*)
“Debo haber tenido seis años cuando viví intensamente la amistad imaginaria con una niña de mi misma edad más o menos. En la vidriera del que entonces era mi cuarto y que daba a la calle de Allende, sobre uno de los primeros cristales de la ventana, echaba “baho”.
Y con un dedo dibujaba una “puerta”… Por esa “puerta” salía en la imaginación, con una gran alegría y urgencia, atravesaba todo el llano que se miraba hasta llegar a una lechería que se llamaba PINZÓN…
Por la O de PINZÓN entraba y bajaba intempestivamente al interior de la tierra, donde “mi amiga imaginaria” me esperaba siempre. No recuerdo su imagen ni su color. Pero sí sé que era alegre, se reía mucho. Sin sonidos. Era ágil y bailaba como si no tuviera peso ninguno. Yo la seguía en todos sus movimientos y le contaba, mientras ella bailaba, mis problemas secretos. ¿Cuáles? No recuerdo. Pero ella sabía por mi voz todas mis cosas…
Cuando ya regresaba a la ventana, entraba por la misma puerta dibujada en el cristal. ¿Cuándo? ¿Por cuánto tiempo había estado con “ella”? No sé. Pudo ser un segundo o miles de años… Yo era feliz. Desdibujaba la “puerta” con la mano y “desaparecía”. Corría con mi secreto y mi alegría hasta el último rincón del patio de mi casa, y siempre en el mismo lugar, debajo de un árbol de cedrón, gritaba y reía. Asombrada de estar sola con mi gran felicidad y el recuerdo tan vivo de la niña. Han pasado 34 años desde que viví esa amistad mágica y cada vez que la recuerdo, se aviva y se acrecienta más y más dentro de mi mundo.”
PINZÓN, 1950. Frida Kahlo
Este texto, titulado “Origen de las dos Fridas”, figura en las páginas centrales del Diario de Frida Kahlo y es un relato clave para entender la doble imagen, de mujer y de artista, que se superpone a un cuerpo como el suyo, abierto por las heridas, y a un alma constantemente quebrantada por el dolor.
Como ella misma nos cuenta, la niña Frida conforma otra realidad reflejada en un espejo invisible. Y para conseguirlo se sirve de tres instrumentos: el dedo –una parte de su cuerpo–, el vaho –que surge de su interior– y el cristal, que representa el mundo, un mundo con el que establece comunicación pues es de material transparente.
En ese lugar, su cuerpo –dedo– con su alma –vaho– dibujan una grafía, escriben la palabra PINZÓN.
A través de la letra redonda O, útero y ventana, penetra en el mundo de la fantasía. Es allí donde va a encontrarse con su doble y es allí donde va a verla desenvolverse de manera peculiar: riendo sin hacer ruido, bailando sin peso… porque ajena a las trabas del reino de la necesidad, por la letra O ingresa en el reino de la libertad, o sea, en el reino de la poesía. En ese recinto imaginado va a sentirse libre de la humillación de su deformidad y de las tentaciones de autocompasión.
¿Quizá esta doble invisible representa a la niña que era Frida Kahlo antes de padecer el ataque de poliomelitis a la edad de siete años? ¿Será ese mundo mágico un edén original, siempre rememorado, al que Frida desea volver a través de la palabra poética?
Lo que está claro es que en un momento de su infancia ella encontró “su manera” de abrir una puerta para penetrar en la fantasía, y que esa puerta se la proporcionó la escritura. Es esta experiencia, este hilo nunca cortado, el que va a retomar en los años finales de su vida, precisamente cuando escribe su Diario, en su época más difícil y dolorosa, pues terminará con su muerte en 1954.
Un conjunto de dobles, de espejos superpuestos, de autorretratos continuos, recorre la obra de la pintora mexicana. El hecho de que Frida Kahlo no admitiera su fecha real de nacimiento, 1907, e hiciera figurar siempre la de 1910, año de la Revolución Mexicana, confirma la tesis de que ella, de manera consciente, desea sustituirse por una Frida imaginada, menos susceptible de ser vulnerada por el dolor y por los golpes del azar.
A nadie le extrañará este deseo sustitutivo, pues la vida de la autora de este Diario estuvo marcada por el estigma del dolor. Una serie de desgracias encadenadas la dotó del sufrimiento propio de los seres elegidos por los dioses para realizar una misión, un sacrificio. ¿Pero cuál era el sentido de ese sacrificio? Eso es lo que Frida intenta descubrir.
Frida y el dolor
Como ya anunciamos, a los siete años sufrió un ataque de poliomelitis y a los dieciocho un espantoso accidente que la convirtió en un ser deforme y estéril. Es en la convalecencia de este accidente cuando comienza a pintar. Un año más tarde realiza el que será el primero de sus autorretratos. Su propio cuerpo va a ser desde entonces el principal objeto de su arte, como si a través del autoanálisis quisiera descubrir el sentido oculto de su sacrificio.
También a través del arte, de esa ventana abierta a la otra realidad. Frida llega a un acuerdo, a un pacto que no significa nunca una rendición, con la realidad del mundo en el que vive: lo horrible y lo doloroso propician el conocimiento de sí misma. Si la belleza aparece cuando el artista acierta a iluminar la vida, el dolor formará parte de lo enfocado por esa luz, pues el dolor forma parte de la vida, constituye una de sus verdades más auténticas.
El diario es equivalente en la escritura al autorretrato en la pintura, ambos son el reflejo, la huella de la vida. Esto es lo que expresa la tinta roja que se superpone en muchas páginas sobre la azul: la sangre, el jugo del dolor, que dota de verdad al texto y da a su escritura un carácter doble, de mentira –arte– y de verdad –vida–, de realidad e imaginación.
Sin duda es la escritura la que conforma a la Frida invisible, la Frida feliz que regresa, sustituyendo a la desgraciada, cuando vuelve a internarse por la letra O de PINZÓN, la Frida que ríe y que canta sin razón aparente.
¿Por qué?
Porque tras ese viaje constantemente iniciático ella posee un secreto, ha descubierto “su camino”, su manera de intercambiarse, de transmutar el dolor en poesía.
La enfermedad de Frida Kahlo impidió el que pudiera tener hijos, pero no menguó su deseo de fertilidad. En 1932 padeció su primer aborto, al que le siguieron otros en años posteriores. En 1944, cuando su estado empeoró de manera irreversible, comenzó a escribir su Diario.
Seis años después, en 1950, se sometió a seis operaciones seguidas de columna. En la simbología cristiana, el dolor es interpretado como estigma de santidad, metáfora de la Pasión de Jesús, y la figura de Frida Kahlo enlaza también, como ha señalado Carlos Fuentes, con la divinidad que los mejicanos llaman Xipelotec, Nuestro Señor del cambio de piel. Xipelotec posee un carácter dual; significa al mismo tiempo la herida y la salud, la muerte y el renacimiento.
Este dios acostrumbra adueñarse de la piel de aquéllos que le sacrifican, y como Frida Kahlo, vive continuamente desmembrado, abierto en dos. Abierta en dos, a Frida el dolor la introduce en sus galerías interiores, es un pasillo por el que desciende hasta su intimidad más misteriosa.
Pues ¿cuál es el mundo al que llega a través de la letra O sino el de su interior sumergido, al que una mente religiosa llamaría alma y que ella representa, como una visión materialista y metafórica, con sus propias vísceras? Por eso se retrata en el Diario como un cuerpo sin piel, cuerpo transparente, cuerpo de cristal por el que se vislumbra su verdad interior.
Este cuerpo nos atrae y nos repele a un tiempo. Representa una imagen desequilibrada, ajena a los cánones de la belleza clásica y mucho más próxima a las figuras deformes de la mitología azteca. Carlos Fuentes ha visto en este “cisma del cuerpo” una represenación de la conciencia histórica mejicana, dividida entre la cultura occidental y la cultura precolombina, dos mundos que se superponen también en la figura de Frida Kahlo, de origen alemán e indio.
Lo que sí es evidente es que en su obra aparece una extraña belleza, que se acerca a la categoría estética que Kant denominaba con el término de “sublime”: superación de lo agradable y de lo bello, que aúna lo atractivo y lo sobrecogedor.
Frida y el amor
Ese extraño atractivo era también un atributo de su personalidad, pues a pesar de sus problemas físicos disfrutó de una intensa vida sentimental. Tuvo relación con hombres y con mujeres, entre ellos el dirigente comunista León Trotsky. Sin embargo, el gran amor de Frida y el destinatario y protagonista exclusivo de su Diario fue el muralista mejicano Diego Rivera.
Conoció a Rivera a los 15 años y se casó con él en 1929. A pesar de que su historia de amor fue muy tormentosa –se separó temporalmente en una ocasión y llegó a divorciarse en 1938–, en los años en que redacta el Diario su vida es más tranquila a su lado, seguramente porque Frida ya no le pide a Diego dedicación ni fidelidad.
Diego fue la otra enfermedad, como ella misma afirmó, el otro accidente de su vida. Pero más allá de los pormenores de su relación, la figura de Diego Rivera posee un carácter simbólico, fundamental para la creación de la Frida invisible, para la Frida artista. Con él mantuvo siempre una relación dual, de amor y dolor: la amaba y le hacía daño en un grado equivalente, colaborando así en la construcción de su figura de diosa desmembrada.
Diego era además la pasarela que comunicaba la intimidad de Frida con el mundo, a través del erotismo. Vemos en el Diario que en contacto con sus vísceras aparece la naturaleza, en forma de animal, planta, tierra y cielo. El puente entre esos dos mundos era Diego Rivera, hombre, animal, planta e imagen simbólica que aúna la vitalidad celeste y terrestre. Sin esa vida Frida no hubiera podido desdoblarse, existir.
Y Diego es su figura complementaria, imprescindible. En algunos de los textos del Diario se refiere a él con el nombre de Auxócromo –el que capta el color– y a ella misma con el de Cromóforo –la que da el color–. Entonces afirma:
“Todo lo rodeaba el milagro vegetal del paisaje de tu cuerpo. Sobre tu forma, a mi tacto respondieron las pestañas de las flores, los rumores de los ríos. Todas las frutas había en el jugo de tus labios, la sangre de la granada, el tramonto del mamey y la piña acrisolada… Olor a esencia de roble, a recuerdo de nogal, a verde aliento de fresno. Horizontes y paisajes que recorrí con el beso.”
Erotismo es, para Frida Kahlo, comunicación, trasvase de vida. Por eso su cuerpo tiene sed de Diego, representado en forma de flor, río, fruta, árbol, paisaje vegetal en suma. A su nombre asocia la posibilidad de ser plenamente dichosa y también la de arriesgarse a ser destruida.
A veces aparece como el hijo secreto que ella continuamente da a luz, pues es Cromóforo, la que da el color, la vida. A través de su capacidad, no ya de amor sino de adoración, ella domina cualquier peripecia de su relación amorosa. Su amor por Diego dota de equilibrio a su cuerpo dividido, es una especie de columna vertebral invisible que sostiene su espíritu.
En lo que más perjudicó Diego Rivera a Frida Kahlo fue en su influencia sobre sus decisiones políticas. Como prueban las últimas páginas de su Diario, la actitud de Frida fue la de sumisión.
Impulsada por Diego se hizo trotskista y, en este caso no impulsada por Diego, llegó incluso a tener relaciones amorosas con Trotsky.
Pero más tarde, cuando Rivera se retractó del trotskismo, ella le secundó, traicionando su antigua decisión y reingresando con él en el Partido Comunista, después del asesinato del que había sido su compañero.
Algunas de las últimas páginas del Diario están dedicadas a proclamar su ortodoxia y su amor desmesurado a Stalin, considerado como padre y salvador. Así Frida Kahlo proclamaba también la necesidad de una autoridad paternal y de un equilibrio en el momento en el que los médicos le habían comunicado la necesidad de amputarle una pierna.
Frida y la poesía
¿Posee el Diario de Frida Kahlo un valor únicamente terapéutico, como testimonio de su resistencia ante la enfermedad? ¿o puede ser considerado como una obra de arte? La respuesta nos la da la propia autora en una breve frase: “¿Quién diría que las manchas viven y ayudan a vivir?”
Es verdad que las manchas le ayudan a vivir, pero también es verdad que las manchas viven por sí mismas, poseen la variabilidad y la libertad, el carácter imprevisto de los objetos creados por el artista.
Durante el primer período del Diario, en los textos escritos en 1944, aparecen ejercicios marcadamente surrealistas, que nos remiten a la escritura automática, como en este ejemplo:
Pasaba rumbosa
asunto montón
tuviera cortina
grabado moreno
ruidazo zumbón
motores alada
fulgencia sumada
silueta bailón
sufrido cantando
sutil aguijón
La escritura automática, con su apariencia de espontaneidad y su carácter anticultural, se correspondía con la inmediatez propia de un diario, era el medio de expresar el subconsciente, y Frida era eso lo que deseaba, autoconocerse, descubrir a través de sus textos su cuerpo y alma interiores. Igual que en los dibujos representa sus vísceras, en este tipo de escritos muestra su subconsciente y realiza así un verdadero autorretrato.
Pero la redacción del Diario es fragmentaria y discontinua, y en los textos que corresponden al año 52 el panorama cambia por completo. Ahora se da cuenta que necesita integrar también su pasado, sus recuerdos, su origen, si quiere seguir por el camino del autoconocimiento. Así aparece el relato.
El relato puede referirse al recuerdo de un sueño, como en el caso del “Origen de las dos Fridas”, o a su origen real, como en el caso del titulado Genealogía, donde se remonta a la historia de sus padres y a los episodios de la Revolución Mexicana.
Dentro de la escritura del Diario habría que integrar los dibujos que aparecen intercalados entre las palabras. Esas imágenes no tienen un valor meramente ilustrativo, sino que conforman un collage en el que ambos lenguajes se complementan, sin que exista entre ellos ninguna jerarquía.
Todo, el trazo, la línea, la pincelada, el color y la letra, acude para rellenar, para ocupar un silencio, un vacío que de otra manera le arrastraría hasta la desesperación. Tanto el ojo que contempla las imágenes como el oído que escucha las palabras está colaborando en una percepción unitaria que es la propia de la poesía visual, en la que se lee la figura y se ve el significado.
De hecho, los dibujos realizados en pluma parecen grafías de un alfabeto desconocido, y muchos textos escritos poseen la variedad del color y están dispuestos en formas armoniosas y significativas.
Octavio Paz, refiriéndose a su obra pictórica, afirma:
“Frida Kahlo fue un intenso poeta visual, pues en sus cuadros aparece con cierta frecuencia el elemento verbal, generalmente una expresión popular o un lugar común, que ella convierte en una imagen poética que, a su vez, transforma nuevamente en imagen visual… Sus imágenes visuales fueron, casi siempre, verdaderas explosiones del subsuelo psíquico, pinturas y revelaciones. De muy pocos artistas se puede decir esto. En las metáforas visuales de Frida hay una autenticidad impresionante, ante sus cuadros podemos decir: esto es verdad, esto ha sido vivido, padecido y recreado. A veces, debo confesarlo, ese pathos me abruma, me conmueve pero no me seduce. Frida se salva gracias a la intervención de sus dos grandes dones de poeta visual: el humor y la fantasía.”
El color posee también un carácter simbólico en la escritura del Diario. Hay una correspondencia entre el color de las letras y el significado de las palabras. A veces se trata de una correspondencia lógica, mecánica, como cuando asocia el color marrón con la palabra chocolate; pero en otras ocasiones adquiere un valor sinestésico, intuitivo, como cuando decide que a la ternura le corresponde el color azul.
El simbolismo poético del color rojo con el que escribe muchas páginas de este Diario corrobora la idea de que la escritura es un acto de vida, pues es una auténtica escritura ensangrentada, como su mismo cuerpo, herida que mancha y surtidor de verdad lacerada.
Esas manchas, por otra parte, se hunden en las raíces de la tierra y tienen a la vez la forma del ala y arrastran con ellas a Frida, que al descubrirlas se siente impulsada a ascender, a moverse con libertad por el mundo de la fantasía. “Pies para que os quiero/si tengo alas pa volar”afirma en una ocasión.
Esta es la relación que se establece entre la poeta y su Diario. Su escritura es la mancha que llena el vacío, que rellena los huecos de su cuerpo mutilado y le permite recuperar una forma especial de equilibrio. El poeta –decía John Keats– no tiene identidad, está continuamente rellenando y sustituyendo algún cuerpo.
¿Y qué otra cosa ha conseguido Frida Kahlo si no es elaborar una figura capaz de sostener su cuerpo deforme, abierto por múltiples fisuras y asolado por el vacío de la angustia? Frida necesita encontrarse con la poeta que lleva dentro para sobrevivir, y cuando lo consigue, la escritura proporciona a su espíritu el corsé sostenedor de la poesía, un corsé equivalente al de acero con el que sostenía su cuerpo, pero que además le permite alcanzar la altura con sus alas. Necesita de la escritura para conformar a la doble que la salva, como la niña Frida necesitaba de la O de PINZÓN para llegar hasta la Frida feliz que la esperaba al otro lado del espejo.
Quizá todos los seres humanos poseen una doble que les espera en algún lugar y quizá son los poetas aquellos que encuentran “su manera” de descender, de adentrarse hasta ella y convertirse en su amiga invisible. Pues ¿no sentimos todos que algo nos falta, que nuestro espíritu ha nacido deforme y que merecíamos una forma más acorde con nuestro deseo?
Parece que durante los últimos meses de su vida Frida Kahlo tachó algunos textos, arrancó hojas, añadió dibujos… pero sobre todo repasó con lápices de colores aquellos que le parecieron fundamentales.
El titulado “Origen de las dos Fridas” fue uno de ellos. ¿Tenía conciencia de que estos textos formaban parte de su obra e hizo por eso lo que hacen los poetas, tachar, corregir, elegir, añadir y repasar?
Lo que es evidente es que la escritura superpuesta, la doble escritura de Frida Kahlo, posee, como todo lo artístico, un doble significado: es un gesto y es además un signo que comunica con otra realidad, con la que está tras la ventana que se abre a la calle PINZÓN.
Así se entiende el doble significado de las palabras con las que Frida concluye su Diario:
“Espero alegre la salida –y espero no volver jamás.” ¿De dónde va a salir definitivamente? ¿del sueño? ¿de la realidad? ¿de lo visible o de lo invisible? ¿Y a dónde quiere volver a ingresar?
En una mujer que ha descubierto la doble escritura del mundo, cualquier final conduce al reencuentro, siempre que acepte la única norma de la poesía: que salvarse, para el poeta, significa desaparecer.
(*) Licenciada en Filología Románica. Escritora, poeta, profesora, traductora.
Fuente: El Viejo Topo
Publicado originalmente en Revista Quimera nº 191, año 2000.
Imágenes de los diarios de Frida Kahlo, recogidos en el libro Diario. Autorretrato íntimo. La vaca independiente 1995..