La primera impresión que dejó el resultado de las elecciones municipales fue de sorpresa ante el triunfo electoral de la derecha por sobre la Nueva Mayoría. Una mirada más atenta en los números muestra a RN desplazando a la UDI en la primera mayoría de la oposición y la pérdida de relevancia del PDC dentro del pacto Nueva Mayoría.
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Pero, lo más importante y el verdadero triunfo fue el de la anti-política que se expresó en la abstención.
También estas elecciones deben mirarse una a una. Cada una de las 346 comunas es un mundo en sí misma y merece un análisis propio. Por ejemplo, no es una novedad que la derecha recuperara la comuna de Providencia, siempre han tenido mayoría allí, el triunfo de Josefa Errázuriz en 2012 fue la excepción.
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En La Reina, la división de las fuerzas de la NM le permitió a la derecha recupera ese municipio. Algo similar ocurrió en Maipú, era obvio que la división de las fuerzas de la NM daría el triunfo a la oposición.
Dos casos emblemáticos son las comunas de Santiago y Valparaíso. Ellas, más allá de sus particularidades, dejaron lecciones para todo el espectro político del país.
En Santiago perdió la vieja política representada por Carolina Toha – manchada por el escándalo SQM – oportunidad ganada por un concejal, Felipe Alessandri, quien se impuso como candidato contra la voluntad de los dueños de RN y la UDI.
En Valparaíso ocurrió un fenómeno que se encuentra en todos los imaginarios de la izquierda alternativa: los porteños lograron unir la multifacética diversidad de los movimientos sociales de base y levantar un liderazgo claro en las ideas, limpio y conocedor de los problemas de su comuna. La elección de Jorge Sharp es la demostración – no quiero decir brote verde – de que es posible romper el duopolio de la política chilena. Pero Valparaíso no fue una excepción en la indiferencia o rechazo de la mayoría que no fue a votar.
Un capítulo aparte se debe dedicar a la alta abstención observada en estas elecciones.
Las razones que explican este fenómeno son múltiples. Lo primero que se ha dicho es que la abstención es normal en un sistema de voto voluntario. Pero cuando alcanza más del 50% es preocupante, además de incompatible con un país como Chile, que eliminó la educación cívica de su currículo educacional. El voto debe ser obligatorio, de la misma forma que, por ejemplo, la educación primaria es obligatoria desde 1920 y hoy son obligatorias la educación básica y media.
Otra explicación de la abstención de los electores fue la escasa o nula diferencia entre uno y otro candidato, por lo tanto, para la mayoría daba lo mismo quien saliera elegido, por lo tanto no se dieron el trabajo de ir a votar. Mientras los candidatos escondan sus afinidades políticas y propongan generalidades que no dicen gran cosa, será difícil que los ciudadanos se desplacen a los locales de votación.
También, un porcentaje de la abstención es resultado de los pronósticos manipulados que dan a un candidato, o a una lista, como seguro ganador; con ello se desmoviliza a los simpatizantes de esa opción y se les incita a quedarse en sus casas el día de la votación.
Pero, la explicación más importante de la abstención hay que buscarla en el marco político en el cual se realizan las elecciones. En pocas palabras, la alta abstención se explica porque los ciudadanos tuvieron claro que, cualquiera que fuera el resultado, nada cambiaría en los problemas que los aquejan en su vida diaria.
Para todos es evidente que Chile entró, desde el año 2011, en un nuevo ciclo político en el cual las movilizaciones sociales se ganaron un espacio y empezaron a marcar la agenda de prioridades de las instituciones y del sistema político. Esta nueva realidad no se vio reflejada en las opciones que se ofrecieron a los ciudadanos, salvo excepciones, como la comuna de Valparaíso.
Las elecciones municipales tuvieron lugar como si no hubiera pasado nada en Chile. Los candidatos llamaban a votar como si fuera posible resolver los problemas comunales haciendo abstracción de los problemas nacionales, sin considerar que el país se encuentra en un momento crítico desde el punto de vista de su desarrollo social, político y económico.
La sociedad chilena vivirá una y otra crisis social mientras continúe concentrándose la riqueza en cada día menos personas. Las manifestaciones y movilizaciones sociales que sacuden al país no han encontrado hasta ahora respuestas satisfactorias.
Al contrario, los esfuerzos para poner en práctica algunas reivindicaciones esenciales, como la gratuidad de la enseñanza técnica y superior y el fin del lucro en la educación, se ha visto desfiguradas en el pantano de los intereses creados que operan a nivel del Parlamento y del Gobierno.
En lo político, los ciudadanos de a pie siguen prisioneros de la tenaza del duopolio que copa la representación popular. El pensamiento de izquierda, autónomo, alternativo, feminista, ecologista, humanista, anarquista, sindicalista y un largo etcétera, no ha logrado constituirse en una fuerza visible, creíble y atractiva para los millones de descontentos que salen a marchar.
Cada vez son más los que ocupan las calles, pero son menos los que van a votar.
Está pendiente la ocupación de los espacios institucionales que le corresponde a estos nuevos actores en los municipios, el parlamento y en los organismos públicos que, hasta hoy, se reparten los dos bloques. Fue lamentable en estas elecciones la ausencia de listas y candidatos de las corrientes alternativas que lograran romper el cerco del duopolio. La excepción se dio en Valparaíso y esa lección debe estudiarse con mucha atención para recoger los elementos positivos de su experiencia.
En lo económico el país sigue prisionero del modelo neoliberal, donde la Concertación terminó de encerrarlo, después que la Dictadura había destruido la industria nacional. El amarre de la economía chilena a los vaivenes del mercado mundial y a los intereses de las compañías multinacionales – léase Tratados de Libre Comercio (TLC) – han dejado a los gobiernos y a los partidos políticos con un estrecho margen para hacer política económica.
Es lamentable que el actual Gobierno no haya sido capaz de hacer una verdadera reforma tributaria, a pesar del amplio apoyo con el cual llegó a La Moneda y, más lamentable es que insista en enviar a la aprobación del Parlamento el TPP (acuerdo de libre comercio trans Pacífico) que no es otra cosa que un doble candado que deja a la economía chilena amarrada a los intereses de las empresas multinacionales.
Lo anterior sería suficiente para dejar a los electores en sus casas. Pero debemos agregar la guinda de la torta: los escándalos del dinero en la política. Este tema da para muchas páginas, por ahora solo diremos algunas cosas que nos parecen importantes.
Se supone que el sistema democrático representativo permite la constitución de mayorías y minorías en torno a proyectos de construcción del bien común. Normalmente es un sistema que debe hacer valer los intereses de la mayoría pero, como vimos en Chile, también es un sistema corruptible por parte de la minoría que concentra la riqueza.
Con justeza nos podemos preguntar qué sentido tiene elegir alcaldes, concejales, diputados, senadores que nos representen si el día después estarán al servicio de los dueños de las grandes empresas pesqueras, de los bancos, de SQM entre otras Penta.
La abstención en la elección municipal nos deja como tarea buscar el perfeccionamiento de nuestra democracia. No basta con la supresión del sistema binominal ni con la limitación del gasto electoral.
Se deben abrir compuertas para que las iniciativas ciudadanas puedan llegar a ser proyectos de ley, también se debe abrir la posibilidad de cuestionar vía referéndum leyes aprobadas por el Congreso, entre otros mecanismos que permitan institucionalizar la manifestación directa de las mayorías y minorías ciudadanas.
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Fuente: Primera Piedra
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