martes, noviembre 26, 2024
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Sistema de AFP: “Ahorro” Inmoral

El sistema de AFP es inmoral. No sólo por la calaña canallesca, de su incitación a los trabajadores a no sostener a sus mayores, pretensión del todo irracional además, y su práctica de reducir las pensiones en proporción inversa al aumento de la esperanza de vida, especialmente a las mujeres.

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También es inmoral su postulado de destinar forzosamente parte de los salarios al “ahorro nacional”, el que debe financiarse exclusivamente con el excedente. Todo ello que se agrava porque en Chile éste es desproporcionadamente elevado respecto de aquellos y las AFP ni siquiera dan ese destino a los que expropian, sino en parte muy menor.

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En todas las sociedades civilizadas hasta ahora, la reposición y expansión de la capacidad productiva en el modo más avanzado que corresponde a cada época histórica, constituye el deber primordial de las élites, las que deben solventarlo con cargo exclusivo al excedente de la producción social. Categóricamente, ello no es responsabilidad de los trabajadores con la parte de ésta que necesitan para sostenerse dignamente ellos y sus familias, incluidos sus viejos.

Las élites acceden a dicha privilegiada condición y adquieren derecho legítimo a apropiarse del excedente precisamente a condición de asumir esta obligación moral. Adicionalmente, deben destinar otra parte significativa del excedente a sostener las actividades del espíritu.

El sistema de AFP es inmoral porque viola la obligación fundante de la legitimidad de las élites en todas las épocas, que consiste en respetar escrupulosamente la parte de la jornada que los trabajadores necesitan destinar a sostenerse dignamente ellos y sus familias, incluidos sus viejos. En la sociedad moderna ello significa que ¡los salarios no se tocan!

La pretensión que los viejos pueden sostenerse por sí sólos es irracional, puesto que es evidente que si cada generación de trabajadores no les transfiere parte de los bienes y servicios que producen cotidianamente, como asimismo a los niños e inválidos, ellos morirían a los pocos días. La implicancia de la incitación a destinar las cotizaciones previsionales al ahorro individual para la propia vejez en lugar de financiar las pensiones de los viejos, es canallesca puesto que equivale a inducir a los hijos a abandonar a sus padres y abuelos.

Canallesca es también la práctica de reducir las pensiones en proporción inversa al aumento de la expectativa de vida, discriminando adicionalmente a las mujeres.

La imposición forzosa de financiar “ahorro nacional” con parte de los salarios es asimismo inmoral, puesto que la primera obligación ética de cualquier élite moderna legítima es que éstos ¡no se tocan!.

Son sagrados y deben destinarse íntegramente al sustento digno de los trabajadores y sus familias, incluidos sus viejos. Incluso el más eficiente esquema de ahorro forzoso —por ejemplo, un eventual esquema de capitalización administrado por el Estado a costo cero— constituye una inmoralidad puesto que viola esta norma ética básica de cualquier élite legítima.

La misma obligación ha regido en todas las sociedades civilizadas antiguas, en las cuales lo que hoy adquiere la forma de valor monetario de los salarios se presentaba bajo su forma esencial, que es la parte de la jornada anual que los trabajadores, fueran estos esclavos, siervos o inquilinos, se reservaban para sostenerse ellos y sus familias, incluidos sus viejos.

La legitimidad de la apropiación del excedente por parte de todos los amos y señores a lo largo de la historia y también de los capitalistas en la sociedad moderna, se basa justamente en su deber de respetar escrupulosamente esta regla moral fundante.

Ello no es suficiente, sin embargo, puesto que adicionalmente tienen la obligación de ahorrar gran parte del excedente, es decir,  invertirlo en mantener y ampliar la producción social según la forma más avanzada disponible a cada época histórica.

En la época moderna ello significa construir todas las obras requeridas para el progreso y revolucionar constantemente las formas y técnicas de organizar y ejecutar la producción social, acrecentando aceleradamente la productividad del trabajo. En el presente siglo, además, todo ello debe ser realizado cuidando los delicados equilibrios de la naturaleza, ya severamente afectados por la actividad humana a nivel planetario.

Adicionalmente, las élites tienen deber ético de destinar parte significativa del excedente a las cosas del espíritu, es decir, a la educación, las ciencias, la cultura y las artes. Son las élites y no los trabajadores, con cargo al excedente y no a los salarios, quienes tienen la obligación moral de construir y solventar debidamente las instituciones que sostienen la actividad espiritual de la sociedad y mantener en condiciones dignas y estables al contingente de personas que se dedican principalmente a estas labores, el que debe crecer constantemente en la misma medida que aumenta la riqueza y productividad de la sociedad.

La inmoralidad esencial del sistema de AFP se agrava por el hecho que buena parte de los salarios que se apropian mensualmente no lo destinan a impulsar la producción social. Casi la mitad se lo embolsan las propias AFP y especialmente las compañías de seguro que ofrecen rentas vitalicias, muchas de ellas pertenecientes a los dueños de las AFP. La mayor parte del resto lo destinan la especulación financiera internacional o lo transfieren a un puñado de grandes grupos económicos que operan en el país, incluidos los propietarios de AFP.

En el caso chileno, además, todo ello resulta especialmente irritante porque desde el golpe militar la parte del valor nuevo agregado cada año, que se mide con precisión en el Producto Interno Bruto (PIB), que se distribuye como “ingresos del trabajo”, se ha reducido a poco más de un tercio, mientras lo que el Banco Central denomina “excedente de explotación” representa más de la mitad del PIB y se lo apropia la élite; el resto, alrededor del 10 por ciento del PIB, va al Estado como diferencia neta entre impuestos recaudados y subsidios pagados.

En los países desarrollados la proporción entre lo que va al trabajo y el excedente de explotación es exactamente la inversa y aún así los salarios ¡no se tocan!

La charlatanería propagandística de los corifeos a sueldo de las AFP machaca que todo ello no importa porque ahora los trabajadores ¡son también capitalistas!, es decir, “propietarios” del fondo de pensiones y de las empresas en los cuales se haya invertido. Curiosos “dueños” éstos, que no pueden disponer para nada ni recuperar jamás estos forzados “ahorros”.

Algunas personas que los escuchan, bien intencionadas pero poco reflexivas o presas de un pensamiento individualista y estrecho, no aciertan a comprender que lo que aparece como una operación de ahorro común y corriente, al convertirse en una política de ahorro forzado por el Estado se transforma en una expoliación masiva de salarios por parte de la “industria financiera”.

Cualquier persona precavida guarda para eventuales emergencias una pequeña reserva de dinero en el banco, donde está seguro y lo puede retirar cuando necesite, no se desvaloriza y percibe un modesto interés puesto que el banco lo presta a otro que contrata a su vez trabajadores para producir cosas útiles que se venden con ganancias.

Sin embargo, cuando el Estado fuerza por ley a millones de trabajadores a “ahorrar” mensualmente una parte siempre creciente de sus salarios y se asegura que más que duplique el pago de pensiones que, por otro lado, reduce automáticamente cada vez que detecta aumentos en la expectativa de vida, y más aún a las mujeres, el resultado es una gigantesca estafa de las llamadas “Ponzi” en honor a su creador.
En efecto, las pensiones de cada mes se pagan con las cotizaciones del mismo mes y los estafadores se embolsan un enorme y siempre creciente excedente que por eso mismo no devolverán jamás.

¡Hasta el fin de los tiempos!

El pueblo no es canalla. Sabe que tiene la obligación de cuidar dignamente a sus viejos, así como a sus hijos y enfermos, y confía en su fuerza, habilidad y buena salud para hacerlo. Siempre lo ha hecho y en el futuro lo logrará con esfuerzo cada vez menor. Hoy la tarea le resulta liviana, puesto que en la mesa de una familia promedio se sientan seis trabajadores fuertes y sanos, mujeres y hombres por igual, que deben producir el pan que necesitan sus dos niños y su vieja, puesto que generalmente es su madre; seis sostienen a tres.

A mediados del siglo habrá dos trabajadores en la mesa, que asimismo podrán sostener a su vieja y también a su hijo, que estará sentado o sentada en una de cada dos mesas del pueblo; dos sostendrán a uno y medio.

Bien recuerdan que en 1970 se sentaba en la mesa promedio 12 trabajadores y trabajadoras junto a su madre, pero había que instalar además una “mesa del pellejo” para acomodar a sus ¡14 niños y niñas!; doce sostenían a quince. No se quejaban ni su vieja ni sus hijos, que recibían su diaria ración de pan igual a cada uno de ellos, pero además educación gratuita y de buena calidad y a partir de ese año precisamente, medio litro de leche diario a cada uno.

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Recuerda también que por esos años trabajaba de sol a sol durante semanas segando el trigo con hechona, amarrando gavillas que con horqueta de madera lanzaba a la carreta de bueyes que lo llevaba a la trilladora, que envasaba el grano en sacos quintaleros que se cocían a mano y cargaban a hombro en el camión que los llevaba al molino.

Sabe que esa misma labor la realiza hoy en una mañana un solo operador en una trilladora automotriz. Por todo ello no tiene duda alguna que a mediados o fines del siglo va a necesitar aún menos horas de trabajo que hoy para sostener dignamente a su familia, incluidos sus viejos.

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El pueblo sabe que debe, puede y podrá sostener dignamente a sus mayores como siempre lo ha hecho en el pasado en condiciones muchísimo más duras. Sonríe cuando los banqueros intentan asustarlo diciendo que en el futuro no será capaz de hacerlo, intentando convencerlo que ellos sí podrán hacerse cargo de sus viejos si les entregan ahora el dinero que mes a mes destinan para ello.

¡Nada menos que banqueros que en su puta vida le han trabajado un puto día a nadie, que jamás han amasado un puto pan ni ordeñado una puta vaca y creen que el mundo vive de comprar y vender putos papeles!

El pueblo no pide a nadie que sostenga a sus viejos; sólo que dejen de robarle el pan que destina para ellos.

Por eso exige ¡No más AFP!

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