Quizás pocas cosas llaman más la atención que la imagen de Chavela Vargas; cuerpo andrógino y de voz mítica que pareciera encerrar poderes ancestrales de curación y destrucción. Admirada por grandes artistas, reconocida por muchos por su estilo artístico particular, obviando su sexualidad, ya que para ella misma la música, ejercicio máximo de libertad, se transformaba en la verdadera manera de hacer rebeldía.
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No obstante sus dichos, su estar político fue mucho más activo. Apoyó a la causa Zapatista (aunque más tarde desestimara el actuar comedido del subcomandante Marcos tratándolo de “payaso”), criticó la ola de violencia en México a causa del combate al narcotráfico, respaldó el movimiento estudiantil mexicano #YoSoy132 y, a pesar de declarar no hacer de su sexualidad una bandera de lucha, siempre fue consciente de que quien ejerce su sexualidad fuera del canon heteronormativo es fuertemente denostado, como si llevase una peste consigo.
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Chavela Vargas, bautizada por sus padres como Isabel Vargas Lizano, y como Cupaima o la última chamana por un chamán huichol, ha tenido tantas vidas como nombres.
Vivió su infancia en un país pequeño, en un pueblo pequeño y en un pequeño mundo, como describe a su pueblo natal en Costa Rica, para años más tarde asentarse en México, huyendo de los hostigamientos y el maltrato de su comunidad y de su familia debido a su rareza, ya que siendo niña prefería usar pantalones, cantar rancheras y admirar a la luna en vez de jugar a las muñecas, quizás como forma de renegar frente a la precariedad de nacer mujer, de haber nacido para el desprecio y la explotación, según sus propias palabras.
De acuerdo a su autobiografía, su homosexualidad se hizo evidente desde pequeña, debido a su patente interés por las niñas. La vida le deparó dolorosas pruebas como la poliomielitis, gracias a la cual tuvo que encasquillar sus piernas en armazones de fierro.
Además, estuvo a punto de que le secaran los ojos debido a una afección ocular, pero un curandero indio la curó de la polio y la salvó de la ceguera. Después de desempeñar diversas ocupaciones, consiguió un espacio en el ambiente musical mexicano, estableciendo relaciones de amistad con artistas de fama internacional.
Se hizo famosa gracias a su interpretación única de la música ranchera, género acompañado de una estética macha y ruda. Interpretó como nadie canciones dedicadas a mujeres indomables y traicioneras. Canciones deseantes de un cuerpo de mujer. A golpes, fue capaz de curar sus heridas, experiencia que impregnó su canto profundo y que logró curar a otros tantos.
Nunca negó su homosexualidad, a pesar de que lo declaró públicamente a los 81 años, siendo sabido que uno de sus grandes amores fue Frida Kahlo. Su canto dolido se transformó así en receptáculo de lo vivido, a fin de no olvidar como llegó a convertirse en la Vargas, la rara, la loca, la arrogante que viste de hombre, enfunda armas y bebe a destajo.
Si bien es cierto, la atención del medio era dirigida hacia su producción artística (por miedo a enfrentarla quizás), su homosexualidad siempre fue tema de interés. Chavela declaró en una oportunidad vanagloriarse sobre su sexualidad. Sin embargo, no fue capaz de olvidar las humillaciones sufridas por ello, lo que la llevó a contradecir su postura muchas veces.
Si bien reconocía su estar sexual como su “gloria”, mantenía sus relaciones en la intimidad más absoluta para evitar complacer el deseo morboso de la gente por saber sobre sus amoríos, y por ello, de manera irónica, expresa que podrán acceder a los detalles de sus relaciones en un libro al que piensa titular Vida de la Vargas fornicando ante el sagrario, lo cual deja entrever su conciencia sobre un medio fuertemente discriminador, moralista y normativo, que asume una sociedad basada exclusivamente en la heterosexualidad, anulando el ser lesbiano y homosexual a pesar de su existencia.
Por un lado, ella se enorgullecía de sus preferencias, pero, por otro, sentía que el libre reconocimiento de su sexualidad se convertía en un espacio de vulnerabilidad de esa figura recia que amasó por tantos años, llevándola a clasificar en alguna oportunidad al lesbianismo junto con la promiscuidad y la infidelidad: nunca fui promiscua, ni me gustó jugar a lesbiana, ni jamás jugué con los amores, lo que podría indicar que a pesar de haber sufrido sistemáticamente los efectos adversos de la ley heteronormativa, dicha ley se mantiene en estado de latencia, interrumpiendo esporádicamente el discurso de quien intenta rebelarse.
Con ello, la cantante justifica su imagen varonil más por comodidad que por provocación, envaneciéndose de no necesitar hombres, pero sí de respetarlos, y de no desear formar una familia por carecer de un espíritu maternal. Por lo tanto, el constructo del cuerpo generizado como coherente a su propia esencia, se presenta entonces como práctica performativa.
En el caso de su travestismo, la parodia al cuerpo masculino conlleva una vía doble para el ejercicio de su identidad, pudiendo convertirse en una estrategia viable de desmontaje de las ficciones hegemónicas de control del cuerpo, o bien, transformándose justamente en un aliado de dichas nociones.
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Se mantuvo lejos de los enfrentamientos con rivales hombres a causa de un amor. Hombres demasiado machos que por defender su hombría evitaban perder frente a una mujer por el amor de otra mujer. Pero Chavela Vargas no era mujer. Tampoco pretendió ser hombre. Rompió el contrato heterosexual y dependió sólo de sí misma.
Murió el 5 de Agosto de 2012, a los 93 años, dejando un legado interpretativo insuperable a los artistas jóvenes que cultivan su música a nivel mundial.
A su fallecimiento se realizaron una serie de homenajes y, más tarde, un disco tributo llamado La Chamana, en el cual participó la banda chilena La Revuelta. En este disco se ve el profundo carácter interpretativo que ha conseguido prolongar hasta hoy esa pasión y desgarro únicos en la voz de la Vargas.
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“Si volviera a nacer, volvería a llamarme Chavela, volvería a apellidarme Vargas y volvería a amar a las mismas mujeres que amé”.
Chavela Vargas.
Fuente: La Pala