Los revolucionarios con raíces marxistas discutieron, durante muchos años, cuándo la porción de la especie humana que ocupaba un determinado territorio, se encuentra en una situación revolucionaria.
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Este tema se planteó con más fuerza entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se afianzó la era del imperialismo y los países centrales del Sistema Capitalista Mundial entraron en un profundo choque de intereses geopolíticos.
Lenin planteó con mucha fuerza que la red conformada por países centrales y periféricos se rompería en los países de la periferia, pues era allí donde se exacerbaban las contradicciones inherentes al sistema: desigualdad, pobreza profunda en las capas bajas, daño ecológico, desfasamiento tecnológico y cultural, etc., con lo cual, la desestabilización política fruto de la presión de los dominados se haría insostenible para el estado territorial (que no necesariamente nacional).
También jugaban otras ideas atribuidas al marxismo, como aquella de que cada país debía vivir etapas de “desarrollo” inexorables, primero construir el capitalismo y, cuando las fuerzas productivas se desarrollaran hasta su límite, plantearse el paso al comunismo mediante una transición que convinieron en llamar, con posterioridad a Marx, socialismo.
En aquellos tiempos y prácticamente hasta finales del siglo XX, rigió la idea de las etapas y el debate siempre estuvo entre la necesidad de un cambio revolucionario, por un lado, y a cargo de quién y con qué fines se haría la revolución, por el otro.
Los revolucionarios de raigambre marxista siempre compartieron la idea que debía serlo «el proletariado», entendiendo por tal a los obreros fabriles, los cuales podían aliarse circunstancialmente con los campesinos y las clases medias a condición de mantener la hegemonía y dirigir el proceso.
Claro, estos planteamientos lo hacían intelectuales comprometidos con la revolución, como lo fueron el propio Marx, Lenin, Trosky, Plejánov, Mao, Ho Chi Minh y muchos más, hasta llegar a Fidel y Chávez.
Pero como ellos no emergían directamente del seno de los oprimidos y éstos no demostraban querer y entender la revolución, siempre estuvo presente la necesidad de crear una organización que insuflara la ideología revolucionaria entre los proletarios y sus aliados y los dirigiera entre las complejidades del proceso.
Esta idea derivaría hacia la conformación de partidos políticos de tipo “leninista”, caracterizados por una gran verticalidad y sumisión a los dirigentes. Debemos aclarar que esto no ocurrió en tiempos de Lenin cuando había debate y se tomaban colectivamente las decisiones.
Aquí surgieron diversas tesis para definir qué es una revolución; la primera gran controversia se desarrolló entre los socialdemócratas dirigidos por el alemán Plejánov y el ruso Lenin, y enfrentó las tesis reformistas contra las revolucionarias.
Célebres son las tesis de Rosa Luxemburgo para diferenciar un proceso de reformas de otro revolucionario, así como la controversia entre Trotsky y Lenin, plasmada entre la «revolución permanente» apoyada en su teoría del «desarrollo desigual y combinado» del primero y la revolución por etapas del segundo, donde el proletariado tomaría el poder político para cumplir las tareas que las burguesías de los territorios periféricos no podían adelantar.
Las diferencias entre Lenin y Trotsky se conciliaron en las «tesis de abril» donde Lenin se identificó con la revolución permanente, se enfrentó al Comité Central del Partido y dirigió el golpe de Estado, que montado sobre una situación revolucionaria, llevó a los bolcheviques al Poder en 1917.
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Esta fue una magnifica demostración de genio revolucionario y de comprensión de las limitaciones de los humanos para percibir la compleja realidad socio/cultural que cubre los procesos políticos/sociales, así como de humildad y firmeza revolucionaria.
Porque, en el fondo, el asunto está en visualizar, en cada etapa del tiempo histórico, qué es una situación revolucionaria. A nuestro juicio, y dentro del marco del sistema capitalista mundial, es un intervalo de tiempo donde en un determinado territorio se exacerban las contradicciones del sistema en una crisis que no tiene solución dentro de él.
Es un momento concreto y pasajero.
Es una crisis cultural donde la percepción de la realidad tiene que saltar sobre los viejos valores y, dentro de una nueva visión de la complejidad, definir un nuevo proyecto político/territorial y las acciones pertinentes para alcanzarlo. Si esto se hace el pensamiento político/sistémico vence la entropía enquistada en el pasado, y eleva la acción a un plano de complejidad con nuevos y revolucionarios planteamientos.
Es en este sentido que nos atrevemos a afirmar que Venezuela se encuentra en una situación revolucionaria, pues las viejas concepciones del devenir histórico se enfrentan y, en su conflicto, o derivan hacia el estancamiento que nos llevaría al encuadramiento sistémico, o, tal vez y ojalá, mediante un gigantesco esfuerzo de humildad revolucionaria, emulemos al Lenin de abril de 1917 y adoptemos, en nuestro tiempo histórico, la percepción del mundo compleja y ecológica para comprender y debatir, que una revolución es una transformación de las estructuras sistémicas y socio/culturales, una mutación de la institucionalidad y de los patrones políticos, es pasar de una cultura patriarcal a otra matríztica y plantearnos un nuevo Proyecto Nacional territorial, antisistémico y ecosocialista.
Para ubicarnos adecuadamente ante la realidad tenemos que dejar de hablar de “reconciliarnos” y trabajar por una conciliación entre los venezolanos, que nunca ha existido, venciendo el racismo y la mentalidad colonial; de “reindustrializarnos” y enfocar nuestros esfuerzos en construir un tejido industrioso, de carácter endógeno, sobre el territorio y con la gente que en él vive y labora; de eliminar el esquema que aparta la participación activa y protagónica de los sectores medios industriosos y preparados, permitiéndoles que cumplan su rol histórico; en fin, debemos revisar, rápido y a fondo, nuestros esquemas mentales y librarnos de los ecos del pasado que no permitieron que tantas revoluciones deseadas y posibles se realizaran, y derivaran más bien hacia una inserción en el sistema capitalista mundial, fortaleciéndolo y prolongándolo en el tiempo.
El reto es abandonar la vieja forma de hacer política y apartar a los viejos políticos, que no lo son por edad, sino por sus esquemas mentales y su visión de que las luchas socio/culturales son campañas mediáticas y que la subjetividad puede sustituir a la realidad.
Finalmente, queremos insistir en el llamamiento a debatir oyéndonos y respetándonos, para así construir un «Proyecto País territorializado» revolucionario y moderno, a que dejemos de improvisar y de mentirnos a nosotros mismos y, lo más importante, que no temamos reconocer nuestro errores abandonando el “secretismo” y aquella dañina conducta patriarcal del ordeno y mando, conducta que se considera necesaria en el líder carismático.
(*) Ingeniero Civil, especializado en Desarrollo Territorial y Gerencia de Proyectos. En el proceso revolucionario bolivariano ha sido Director General del Ministerio de Infraestructura, de Planificación en el mismo ministerio y de Energía en el Ministerio de Energía y Minas; en ese período coordinó el Plan Territorial de Infraestructura y el Plan Energético. También ha sido Asesor de la Asamblea Nacional y del Ministerio de Planificación y Desarrollo, diputado electo a dicha Asamblea en 2005, Presidente de la Fundación Teatro Teresa Carreño y Vicepresidente de Grandes Obras del Metro de Caracas.
Fuente: Rebelion