Vilfredo Pareto, ese intelectual italiano que de ingeniero pasó a pensador social, señaló- contradiciendo a Marx- que las revoluciones no se producen por la ley de hierro de los salarios descendentes y las crisis del capitalismo que pierden capacidad de generar excedentes o exageran la concentración de los mismos.
Pareto sostiene que las revoluciones se producen por una circulación de la capa dirigencial, que se deshace de la ya anquilosada o fracasada o corrompida dirección dominante y propone una nueva forma de conducir a la sociedad y estipula un nuevo destino con nuevas elites.
Las élites dominantes conforman una generación que tiende a durar unos treinta años, es decir dos generaciones etarias [15 años cada una], que equivalen a una generación cultural [30 años]. En esos tiempos aproximados las generaciones dominantes, las élites, decaen, pierden vigencia, se corrompen y se hacen propensas a ser desplazadas.
Es lo que llamó Pareto la ley de “circulación de las élites”.
Spengler, también habla de la etapa de la corrupción y decaimiento de las élites dominantes, y de la aparición de una nueva élite emergente, con capacidad creativa e innovativa, que necesariamente derroca o desplaza a la decadente, corrupta e impotente.
Pareto también señala que cuando esas élites se amañan en el poder y permanecen más allá de su tiempo, se produce un “tapón” que hace aumentar la presión, a tal grado, que hace propensa las salidas de sustitución violenta.
El franquismo en España, el pacto de Punto Fijo en Venezuela y el pinochetismo en Chile, conforman generaciones culturales cuyas élites impusieron sus estrategias y sus modalidades, ya sea pactadas o a sangre y fuego, pero necesariamente fueron removidas cuando les llegó su hora de envejecimiento, como sucede con toda obra humana.
La Concertación en Chile reemplazó al pinochetismo, pero su élite no sustituyó el centro de intereses de la anterior, sólo moderó su expresión violenta, cambió su estilo pero no su paradigma, su discurso visible, más no su acción, la que birló con disimulo la promesa retórica.
Ahora, esta generación concertacionista, producto de la transacción concesiva de 1988 para con la vieja élite dictatorial, se encuentra cumpliendo su ciclo vital y ha entrado de lleno en la acelerada fase decadente, lo que anticipa su sustitución por una nueva generación cultural, es decir una nueva élite.
Su permanencia sólo ratificaría la teoría del “tapón”, llevando a una crisis riesgosa de viabilidad.
¿Eres tú el que esperamos?
El mesianismo siempre se asoma a las ventanas de la historia para ver llegar a “aquél que debe venir”; porque nada permanece eternamente. La vida es un camino hacia el futuro, como lo pinta Paul Klee en “El ángel de la historia” y lo relata Benjamin de manera magistral.
Chile permanece vuelto hacia atrás, como la mujer de Lot; así, mira todavía a las figuras salvadoras del pasado, como si pudieran reivindicar algo del futuro; pero eso es propio del estado de desorientación que aqueja a un cambio de era, de ciclo y de paradigmas, en sus prolegómenos.
Luego vendrá “el que debe venir”; y con esto no queremos ser mesiánicos respecto a las personalidades, las cuales, como humanas que son, siempre traerán la mochila de su personalidad imperfecta; el mesianismo correcto es el del nuevo mensaje, ese que requiere el consenso de todos, ese que es aprobado por la sociedad, ese que mueve conciencias y las encamina a actuar abriendo rutas y despejando encrucijadas.
No es una donación; es una acogida nueva y consciente que promete una nueva claridad, una “iluminación”, como gustaba decir Heidegger.
¿Qué duda cabe que las actuales generaciones ya están agotadas y en franca descomposición?
Entonces tampoco debe caber duda en el hecho que serán sustituidas prontamente por otra partida de hombres portadores de un discurso alternativo, una postura moral diferente y una voluntad renovada y vigorosa. De lo contrario se extendería la decadencia como un “crepúsculo veneciano” [que sería lo más benigno dentro de lo malo] o de una conflictividad disolutiva creciente [que sería la forma más indeseada de agonía].
Uno se sienta a pensar en las generaciones venideras y vislumbra rostros jóvenes en la política. Ahí están aquellos que lidiaron en la revolución estudiantil y que ahora ya se sientan incómodamente en el Congreso Nacional.
Desde la derecha se desprenden los segmentos nuevos para formar grupos como Evópoli o Amplitud, que parecieran más centrados y equilibrados que sus generaciones matrices [el destino quiera que no nos equivoquemos].
En fin, los pasajeros jóvenes abandonan la vieja embarcación al momento que ya naufraga y se arriesgan en embarcaciones tentativas, lo que hace visible el hecho que el viejo cascarón del pasado [los viejos partidos] se hundirá antes de llegar a algún puerto.
Pero todos nos preguntamos ¿qué pasará entre este tiempo de abandonos y el de arribo a playas seguras? ¿Quién podrá hacernos transitar de esta vieja barcaza a una nueva embarcación más segura y abordable?
Es un tiempo de expectativas, nada podemos vaticinar, pero lo que no podemos permitir es que un discurso facilista e irresponsable se tome las tribunas, como se las tomó desde la dictadura, donde a fuerza de bayonetas se impusieron mitos económicos y sociales que nos llevan al naufragio seguro en el mar futurista de las competitividades globalizadas.
Tan mentirosas resultaron ser, que sus frutos los delatan: corrupción, concentración espuria de riqueza, expropiación de riqueza pública, dilapidación de riqueza nacional, ilusión consumista de bienestar, endeudamiento, crisis repetidas, deterioro de la educación, la salud, el salario y de la convivencia, incremento de la delincuencia, etc.
Ardua tarea le corresponderá a la nueva generación, que ya no puede ser una “CIRCULARIDAD” de las élites-como ha sido hasta ahora-, sino una verdadera, total “CIRCULACIÓN” de la capa dirigencia, por el bien de la democracia, de Chile y de las nuevas generaciones que habitarán esta traumada sociedad.
(*) Economista, cientista social y odontólogo.
Fuente: Fortín Mapocho