Durante las últimas décadas, con el éxito de los proyectos de gobierno de izquierda en América, la derecha tradicional asumió la estrategia de hacer oposición a través de los medios de comunicación, y ya no más a través de los partidos.
Oposición que consiste fundamentalmente en la judicialización de la política a partir de la reverberación selectiva y permanente de denuncias que buscan, ora la desestabilización de los Gobiernos progresistas, ora llevar al derrotero cualquier proyecto de izquierda que se vuelva una amenaza electoral real.
Por ejemplo, es lo que hace El Globo con el impeachment a Dilma, que no cejará hasta lograr ver a Lula en la cárcel, que es el verdadero objetivo de la gigante mediática brasileña.
Es también lo que hizo y sigue haciendo Clarín contra Cristina y el caso Nisman, o El Universal contra Correa –quien le ganó un juicio millonario que no quiso cobrar–, y porque en todos lados se cuecen habas, es lo que también pasó entre Obama y Fox, multinacional que la Casa Blanca definió como “más que un medio de comunicación, son el departamento de investigación del Partido Republicano”.
Y para no ir tan lejos, es también lo que hacen en Chile La Tercera y El Mercurio contra Bachelet y su segundo Gobierno, el reformista. Ese que le iba a cambiar la cara a Chile, como titulase hace menos de un año, con un optimismo por lo menos apresurado, la mismísima BBC.
Pero Chile es un precursor de todo esto. Primero, porque a nivel latinoamericano fue el primer país que demostró –cuando todo era boinas, barbas y metrallas– que era posible llegar al poder con gobiernos progresistas y socialistas de manera democrática.
El intento trágico de Allende en los 70, terminó siendo la norma latinoamericana de comienzos del siglo XXI en países como Ecuador, Bolivia, Argentina y Uruguay.
Segundo, porque Chile fue también el precursor latinoamericano de esta estrategia de la derecha de renunciar a los partidos para hacer oposición a través de los medios. Fue en 1964 cuando el Partido Conservador decide quitar el apoyo a Julio Durán, el candidato del Frente Democrático –que aglutinaba a conservadores, liberales y radicales–, para dárselo incondicionalmente a Frei Montalva, en pos de atajar electoralmente a Allende.
Si hasta entonces el refugio de la derecha era el mundo rural, ahora el sector decide llevar su feudo al periodismo.
Y así, de nuevo el 64, los medios de comunicación decidieron unánimemente defender los “valores centrales” de la familia, la patria y la religión, en contra de los avances del progresismo mundial.
¿Y cómo?, pues lo ya dicho, a través de noticias falsas e inserciones de publicidad “anticomunistas”. Radio Minería y varias otras emisoras, decidieron, un día antes de la elecciones de 1964, emitir conjuntamente una entrevista a la hermana anticomunista de Fidel Castro, Juanita, que hacía un llamado a las mujeres de Chile a no votar por la esclavitud, la humillación, el ateísmo y las orgías de Allende.
Luego vendrá lo de “El Mercurio miente”, la orquestación sediciosa de “El Decano” y la CIA contra el Gobierno de Allende, y después del Golpe la concentración monopólica de los medios entre Copesa y El Mercurio, y su trabajo coordinado con la policía secreta del Régimen Militar, para manipular e inventar noticias que permitieron apuntalar la impunidad de los crímenes que el Estado cometió durante esos negros años. Hoy en Chile la concentración del mercado de los medios de comunicación llega al 95%.
Después pasó en Nicaragua con el diario La Prensa, desde donde se articuló la desestabilización del gobierno sandinista. Pero pasó más formalmente en Argentina, con el decreto ley de Videla, que organizó el monopolio de los medios de comunicación, por la necesidad estratégica de cualquier dictadura por asegurar el control de la opinión pública. Con los medios en pocas manos, es más fácil saber lo que se informa y lo que se deja de informar.
Por eso el 2007, cuando Cristina gana las elecciones, se compromete a realizar una reforma a esta Ley de medios que ningún gobierno democrático se había atrevido a tocar. Su proyecto consistió básicamente en que ningún grupo económico pudiese ser dueño de más del 33% de la oferta mediática.
Cuento corto: Cristina ganó las elecciones, y ante la amenaza de esta reforma, la estrategia de La Nación y El Clarín –los 2 más grandes grupos mediáticos argentinos, que, a propósito, han sido siempre aliados de las dictaduras, y enemigos de todos los gobiernos peronistas– fue, precisamente, la “judicialización de la política”. Primero cuestionando la reforma como un ataque a la libertad de prensa, luego, a través del replique constante y selectivo de “denuncias sin condenas” sobre boletas, campañas políticas y correos electrónicos.
Si un marciano se conectase hoy con diarios como El Clarín, La Nación, Globo, El Mercurio, La Tercera o El Universal, pensaría que en Latinoamérica se acaba de inventar la corrupción. Pero en realidad lo que estos medios están convirtiendo en “noticia”, sobre el PT de Lula, el kichnerismo-peronismo, la Concertación chilena y sobre prácticamente toda la política latinoamericana, es la forma en que estos países han hecho y financiado su política desde hace décadas.
Mucho antes de que ellos mismos llegasen al poder. El que hayan asumido la fórmula, o que incluso les guste, eso es otro tema. Cardoso –el Lagos brasileño– es un ejemplo de esta doble moral con la que los medios construyen “lo noticioso”. Cardoso ha respaldado el impeachment contra Dilma, y los medios han replicado sus opiniones una y mil veces.
Pero el mismo Cardoso esta también involucrado –por las propias palabras del ex gerente de Petrobras– en “presuntos sobornos millonarios ocurridos en los años noventa”. Pero esa parte de la noticia no se cubre.
Queda claro entonces que el objetivo de los medios no es llegar a “la verdad”, o a un punto de vista sobre la realidad. Su objetivo es hacer oposición. Y la estrategia es la articulación selectiva de denuncias para derrumbar gobiernos o aspiraciones políticas de izquierda.
Más ejemplos.
El Mundo –y prácticamente todos los medios españoles– se unieron contra el Podemos de Pablo Iglesias, publicando titulares como “Los presos de ETA quieren a Podemos en el Gobierno”, o con el machacar permanente de la relación espuria entre los líderes del Movimiento con dictaduras, violaciones a derechos humanos y evasión de impuestos.
Vale decir, de nuevo, un sinfín de simples denuncias respaldadas en los juzgados con copias a mimeógrafo pegadas con engrudo, pero que así y todo eran difundidas por la prensa como ciertas.
Esta estrategia vuelve aberrantes la democracia y sus instituciones, porque la necesaria articulación entre los medios y el Poder Judicial, implica ir a un estado más allá de la degeneración: el paso de la judicialización de la política a la farandulización de la justicia. Porque como tampoco es el objetivo de la justicia alcanzar (alguna) “verdad”, sino “ganar los juicios”, es requisito para que esto ocurra lograr una opinión pública a favor.
Luego, los fiscales se sentirán impelidos a trabajar a punta de “filtraciones” con la prensa, que termina en un pololeo incestuoso e hijos con cola de cerdo.
Ver los diarios en la mañana en Chile es como despertar en medio del sueño de Harvey Dent, con los fiscales en las portadas de los diarios populares, disputando la corona de Rey Huachaca, y normalizando para la opinión esto de las “filtraciones”.
Que probablemente son lo potencialmente más destructivo para la credibilidad del sistema. Porque como lo que se busca con las filtraciones es condenar y presionar desde la opinión pública el actuar de jueces, sin importar si el aludido es culpable o inocente, es muy probable que inocentes terminen pagando como culpables, o que la honra de las personas termine en el tacho de la basura, aunque la justicia dictamine su inocencia.
Parecerá exagerado, pero son las grandes conclusiones que casos como los de Steven Avery o “Los Chicos de Memphis” nos permiten sacar.
Lo que digo no es nuevo, se sabe como se ha sabido todo lo que nos ha sorprendido este año. Lo que a mí me perturba es cómo, después de tantos años en el poder, la Concertación chilena no haya hecho nada a este respecto.
No a través del control editorial –tentación permanente de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica–, sino que simplemente a través del control de los medios de comunicación.
Después de casi 30 años en el poder, con gente experta y bien “escueliá”, ningún gobierno hizo nada por desarmar el monopolio mediático. Al revés, concentraron los avisajes en dos diarios, sacrificando sus propios proyectos mediáticos: La Nación, La Época, APSI, Análisis… dicen que cada vez que se cierra un medio un ángel pierde sus alas.
En Chile ya ni plumas quedan.
Y entonces, ante la retroexcavadora de la Presidenta y sus reformas, los medios hicieron oposición con el negocio de compra y venta de la nuera, con la forma en que financió su campaña, y después, inventando cosas sobre supuestos problemas con el trago, depresiones, intentos o amenazas de abdicación, en fin…
Raya para la suma, fue la derecha la que aprendió mejor la lección. Esa que dice que en política lo que importa no es tener la razón o estar del lado de la verdad. En política lo importante es el éxito y el poder. Y ese no está ni en el gobierno ni en los partidos.
Ganar las elecciones no tiene nada que ver con ganar el poder en Chile. Para ganar el poder hay que ir más allá y comprender crítica y estratégicamente dónde se están tomando las decisiones del hacer y del publicar.
Mientras la izquierda no entienda eso, seguirá pensando entre buenos y malos, leales y traidores, melones y melames, en fin, entre blancos y negros construidos por los editores de esta monopólica prensa de oposición.
(*) Antropólogo, Doctor en Sociología, Magíster en Ciencia Política, Fundación Progresa
Fuente: El Mostrador