por Alex Soza Orellana (*).
El hombre de la paz cumple 110 años. Nació en Valparaíso, Chile, el 26 de junio de 1908. Un luchador social cuya presencia persiste en el ámbito nacional e internacional.
Muchas cosas pasaron y pasarán después del 11 de septiembre de 1973 cuando este hombre de la paz nos dejó un mandato irrevocable en el tiempo y la memoria.
Hay que abrir nuevamente las grandes alamedas, es posible y necesario porque la historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Todavía en nuestra patria queda mucho para para poder abrir ese camino y recuperar las conquistas y beneficios que tenían todos los chilenos, sin distinción ninguna a pesar de que sabemos que existen las clases sociales pudientes y que no necesitan salud gratuita, educación gratuita, empleos y salarios dignos para vivir, pero había constitucionalmente tales beneficios y muchos otros más.
Hoy son grandes motivos de reclamos, manifestaciones populares y empeños por llevar adelante proyectos y reformas en el orden legislativo.
Este mandato es posible, como lo era el Triunfo de la Unidad Popular en 1970, que no fue un hecho improvisado ni espontáneo, fue fruto de grandes y continuas luchas de los trabajadores desde inicios del siglo XX cuando comienzan a organizarse y tomar conciencia de su rol en esta historia.
En este proceso, el hombre de la paz fue un importante protagonista y gestor. Este triunfo fue algo inusitado para el momento, en el sentido que ocurre en el contexto de feroces contiendas en al ámbito regional e internacional, en las duras batallas por la liberación nacional y la política intervencionista y guerrerista del imperialismo norteamericano y otros potencias colonialistas.
En medio de esta situación triunfa un marxista, el hombre de la paz, con un programa de carácter popular, democrático y con el objetivo de iniciar la construcción del socialismo en Chile.
Este hecho tiene un valor histórico enorme, como también lo fue el Triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero del 1959, un ejército guerrillero derrota militarmente a un ejército nacional profesional e inicia un proceso revolucionario, democrático y popular, con carácter antimperialista.
Triunfo que es continuidad de todo un proceso independentista que data de 1868.
Pudiera decirse entonces que ambos eventos son partes de un mismo todo, dinámicos, contradictorios pero no excluyentes. Un proceso en que en ambos coexisten la lucha, la violencia en amplias modalidades, la armada, las manifestaciones sociales, la electoral y parlamentaria y que protagonizan y cuyos logros benefician fundamentalmente a los trabajadores y los pobres, los humillados y ofendidos y en tal proceso surgen los lideres necesarios, no importa de qué segmento social provengan, que hacen suyos estos empeños por una sociedad democrática, con plena libertad, autodeterminación y con justicia social.
Tienen ambas partes entonces la misma sustancia generadora, objetivos sociales, económicos y humanos similares. Lo que los diferencia son las formas de lucha para lograrlos, el cómo hacer los cambios necesarios para abrir los caminos a esta nueva sociedad, el socialismo. Pero hay que estar claro que estas partes de que hablamos no son las únicas que pueden darse.
Es inevitable decir que al plantear estas cosas tengamos que recordar la justeza de la obra de Carlos Marx, en su bicentenario. Todo esto que se mantiene en marcha en Cuba, en Venezuela, Bolivia, en Chile y muchas partes de este planeta tienen que ver con su legado, con su visión, aunque limitada a su contexto histórico, de los procesos sociales, pero qué más real que entender que la historia de todas las sociedades, hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases.
Hoy persisten las clases sociales, los explotados y explotadores, la historia no se ha detenido, a pesar de los grandes avance tecnológicos en todos los órdenes y que ha creado también consigo una diversidad de escenarios y actores o grupos sociales, pero todo debido a la gran acumulación de riquezas por parte de los monopolios, consorcios o grandes transnacionales que incrementan la pobreza a grados extremos.
Todo ello hace necesario llevar adelante grandes esfuerzos, una batalla ideológica, para vencer la resignación manipulada de los explotados, humillados, saqueados y vilipendiados sectores más humildes de la sociedad. Una tarea bien difícil, pero que ha sido lograda en más de un momento de nuestra historia universal. No exenta de errores o insuficiencias como en nuestro caso.
Chile entonces fue motivo de una gran atención de todo el mundo progresista, el campo socialista y por supuesto del capitalista que ya tenía en su mira al hombre de la paz, que representaba, su proyecto y sus fines, una nueva Cuba.
Era un mal ejemplo, un peligro para mantener su orden patronal en la región. Había que eliminarlo, echar abajo tal gobierno “comunista” o “marxista”, como estos señores acostumbran a denominar a todo tipo de gobierno progresista.
Independientemente de todas las medidas y maniobras que utilizó el imperialismo y otras potencias capitalistas, el hombre de la paz y su gobierno recibió y mantuvo el apoyo del pueblo y una gran solidaridad internacional, que fue más profunda y determinante después del 11 de septiembre de 1973 cuando se consumaron los nefastos objetivos imperiales.
Los grandes cambios y beneficios para el pueblo de Chile que logró el gobierno popular del hombre de la paz son y fueron reales e incuestionables y conllevan a afirmar que en nuestro país había entonces un proceso revolucionario.
Se había logrado conformar una amplia unidad, no solo de partidos de izquierda sino de todo un pueblo que ansiaba cambios y estaban convencidos de que se podía lograr.
La persistencia, la lealtad a sus principios y consecuencia política, social y humana del hombre de la paz era la garantía de ello.
Todo marchó bien hasta que esta unidad empieza a romperse. Sectores del gobierno y de los partidos quieren ir y van más allá de lo programado, quieren acelerar el proceso, esto en medio de la más feroz guerra económica, mediática y confrontacional con el enemigo externo y los sectores opositores nacionales que no escatiman el crimen para sus empeños. Sumándose a ello a todas las ramas de las Fuerzas Armadas chilenas.
Con toda esta situación el hombre de la paz se ve colocado en un trance histórico, pero con suma serenidad sentencia para la historia a los criminales, traidores y rastreros y le habla al pueblo, a los trabajadores, a la gente sencilla, a los que les reitera su lealtad y fe en ellos.
Deja un mandato ético, un ejemplo digno de lo que hoy falta en muchos de los gobernantes de las grandes potencias y otros insensatos países serviles a ellos y es que en política es esencial la ética y los valores morales, virtudes que hacen que el hombre de la paz esté siempre presente en lo bueno y en lo justo de la lucha por un Chile mejor, por un mundo nuevo.
La unidad fue uno de los empeños más importante en su quehacer político nacional e internacional, en 1966 lo señalaba, en la Primera Conferencia Tricontinental:
“Es fuerte y poderoso el imperialismo, pero, en conjunto, los pueblos oprimidos son mucho más fuerte que él y están en condiciones de vencerlo. De ahí por que valoramos nosotros, extraordinariamente, la lucha antiimperialista de todos los pueblos del mundo y lo sentimos como nuestra”.
Y subrayaba la necesidad de la unidad:
“Unidad basada en la lucha intransigente que lleva a la derrota a las fuerzas que obstaculizan el avance de los pueblos de Asia, África y América Latina hacia la democracia, el socialismo y la paz; unidad para pasar con decisión a la ofensiva y conquistar la independencia económica y la soberanía política de nuestros pueblos.
Unidad para darle al hombre la dignidad que hoy se le niega. Unidad para terminar con el hambre, la enfermedad y la miseria moral y fisiológica. Unidad para estructurar la nueva sociedad, sin explotados y explotadores. Unidad para construir el socialismo.”
Por todo ello:
“Para batir al hombre de la paz tuvieron que asesinarlo muchas veces, porque el hombre de la paz era una fortaleza. Para matar al hombre de la paz tuvieron que imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada, tuvieron que creer que era otro ejército, pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo y tenía en sus manos un fusil y un mandato y eran necesarios más tanques, más rencores, más bombas más aviones, más oprobios, porque el hombre de la paz era una fortaleza” (1)
“Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices”. (2)
(*) Médico chileno, residente en Cuba
(1) Fragmento de: Allende. Poema de Mario Benedetti
(2) Fidel Castro en la Plaza de la Revolución. 28 de septiembre de 1973